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jueves, 11 de abril de 2013

SEMBLANZAS CANARIAS


Te cuento lo que acontece cada día, cada noche en estas tierras. Esos lugares no son recordados con melancolía ni dolor, tampoco tristeza, quizás una pizca de nostalgia. No es un mundo novedoso ni original, común a casi todos, es la comunidad.
Acabadas las labores cotidianas de cada cual, todos se recogen en el hogar. Languidece el día y la luz diurna se difumina paulatinamente en el horizonte lejano, las sombras se abren paso, van al encuentro del sol que nunca alcanzan.
Comienza otra etapa propia, carismática del lugar y de la época, sin alumbramientos modernos que hoy lo opacan todo. Es un mundo increíble, sano, vigoroso, generoso en trabajo y esfuerzo.
Cuando las sombras de la noche lo ocultan todo, lucen nuevas claridades, las estrellas nos regalan su esplendor y la luna nos ofrece su diáfana luz.
En el núcleo familiar se encienden mechurrios, velas, quinqués, lámparas de aceite o petróleo o quizás carburo. El ambiente se torna lúgubre y refleja por doquier infinitas siluetas que los mas pequeños interpretan fantasmagóricas. Las luces amarillean personas y objetos, distorsionan las formas los volúmenes y el color.
En ese escenario particular se reúnen todos, adultos y pequeños, posiblemente en torno a una hoguera. Cada cual comenta una historia, un relato, un cuento o una anécdota, pero son los mas ancianos los que atraen la atención de todos, son los que guardan la memoria, los que embrujan a los mas jóvenes. La atención es total cuando florecen las antiguas historias de la tierra o quizás de algún lugar lejano y desconocido porque siempre existió un viajero que contó lo que vio en otros lares allende el mar.
Las historias pasadas fascinan y despiertan todo el interés de la concurrencia. Son los cuentos triviales de hechizos, brujas y encantamientos lo que atrae particularmente y espeluzna a todos, los pequeños irán a dormir con algún temor. Mañana en el devenir del día habrá que coser en la memoria estas historias porque hay que continuar la tradición.
El entorno escaso de originalidad la infancia y la familia son calcos de cualquier otra. Las moradas son austeras y humildes, la familia extensa, el alimento escaso y el hambre se reparte generosamente.
El progenitor trabaja para el cacique, el abuelo en la escuálida huertita a la que exprime. No conocieron la escuela sin embargo poseen esa innata sabiduría no contaminada que les ha ofrecido la naturaleza. El ambiente rústico y la educación estricta, el amor fraterno lo inunda todo con calidad. El hogar es un fuerte aglutinador. Las remembranzas son mezcla agridulce, como miel y limón.
El humilde hogar es modesto en demasía, construido en piedra seca hábilmente tallada, pocas son las estancias, fuera o en lugar apartado el fogón con tres teniques, la techumbre fabricada con los restos de los cereales de cosechas pasadas, mobiliario escaso y rudimentario. A diario se sucede un milagro para el acomodo familiar. Huele a leña, a fruta fresca, a gañania, a puchero y a bosque, los pocos animalitos danzan con libertad por doquier, los niños juegan sin descanso con cualquier cosa encontrada en el entorno pues los materiales son abundantes y generosos en la naturaleza. No se sabe con certeza lo que falta porque se ignora y son ricos en sangre abundante que bulle en las caras rosadas, en el corazón, en las arterias, es la noble sangre de los ancestro que se abre paso, sangre fuerte que fluye en nosotros como manantial eterno para continuar contando historias nuestras en el futuro, quizás en otras latitudes.
Las sensaciones en el espacio se multiplican en controvertida abundancia. A la calma del lugar le sucede una erupción espontanea que empuja a la acción y nuevamente la paz. Suceden metamorfosis de las cambiantes atmósferas, de la tristeza se pasa a la alegría que se condimenta con el canto aprendido que la colectividad ha heredado. Existe un canto sublime para cada ocasión, para cada sentimiento que aflora.
El ambiente, a pesar de todo, es fértil para la ensoñación. Hay una amplisima paleta de colores, el aire es límpido, se reflejan multitud de verdes, los azules celestes cambian con inusitada frecuencia y el ocre de la tierra compite en variedad. Colinas, valles y montes se engalanan con solícitos colores mientras alguna fuente nos regala los oídos y la vista. No es el paraíso sin embargo se parece con extraña coincidencia.
Las Afortunadas contienen infinitas historias por contar , las conocidas son escasas, erróneas o tergiversadas con malévola intención. Se cuestiona profundamente el latinismo de fortunadas.
En nuestro entorno conocemos amigos y familiares que por generaciones emigran a otras tierras en busca de lo que la propia les niega, el derecho a una vida digna, aún hoy es utopía.
En desvencijadas goletas se han marchado nuestros paisanos, con el hato al hombro con la escasa pertenencia.
La familia queda rota y el porvenir es incierto para el que parte y la magua anida en los que se quedan. El viaje es una aventura con riesgo en las vetustas naves, las viandas pocas, el trayecto largo y penoso. El final, que es comienzo, incierto. Descubrir una libertad no conocida, oportunidades que la tierra propia no ofrece son éxitos, el isleño es bien recibido generalmente, por su talante y esfuerzo en el trabajo. La esperanza de nueva vida alienta a todos y los viajes se suceden con harta frecuencia, el soplo de vida se paga con sangre.
Algunos viajeros no regresaran jamás y los lazos quedan desunidos, estos enraizaran el nueva tierra, quedan injertados y florecen otras ramas con fruto nuevo. Los que regresan si portan plata se ufanan de lo alcanzado, otros retornan derrotados buscando sin acierto el lugar vacío.
Encontraran efímeros cambios, alguna casa, una nueva calle, una placita, otra escuela donde enseñar la añeja monserga, una radio. Serán recibidos con algo de desconfianza como foráneos, no pertenecen a patria alguna. Notaran con sintomática extrañeza que los adelantos que conocieron allá, la apertura mental, acá no se ha establecido, todo está quieto, quizás nunca lo haga, las formas establecidas desde antaño han enraizado y no ha cambiado nada, el pueblo continua siendo un rebaño necesitado de pastor que los guie en trashumancia a nuevos pastos.

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